DÍA 36
26 de julio de 2023
3:00 h.
Como habíamos quedado, he traído el dibujo del puente de Vicente, así es que empezamos a hablar de puentes. Lo primero que vemos al ponerlo sobre el guitarro es que es muy grande. Acordamos reducir un cm. a cada lado. El de los cuernecillos sí parece adecuado. También hay consenso en ello. Para ver si este agosto hago un par de pruebas en madera, preguntamos a Juan cual sería la altura de las cuerdas. Y, claro, responde con otra de sus máquinas: un listón que tiene medido para las guitarras, pero que comprueba que también vale para los guitarros. Al tener los diapasones superpuestos (el mío algo menos), las alturas de las cuerdas son similares. Hay que tener en cuenta que todavía no hemos decidido del todo si el tiro va a ser directo, como los antiguos, o con hueso (esta opción es mejor musicalmente y Juan la prefiere claramente. Además se puede variar la altura subiendo o bajando el hueso). Yo recuerdo que en el tratado que compré había un puente intermedio. Lo busco en Drive y lo encuentro: Así la afinación es más precisa, aunque no lleva hueso. O sea, que la opción menos fiable musicalmente es la tradicional. Hay que tener en cuenta que el nudo de la cuerda se hace acortando ligeramente el tiro. Y otra vez coincidimos Vicente y yo: vamos al tiro directo. No es un instrumento de precisión, y, en cualquier caso, vamos a hacer un modelo previo.
Total, que la máquina determina que la distancia entre el taladro y la tapa estará en torno a 1 cm. (1,2 en el de Vicente, por la diferencia de diapasón). Acabado el debate (por el momento), comento a Juan un error de mi guitarro para evitarlo en el de Vicente. Es lo que pasa con las vanguardias, que se llevan todas las jetás. El asunto es que pegamos el diapasón sin ajustarlo, y sobresale del mango como un milímetro (o más). Juan se lamenta de no haberlo visto antes (¡encima va a ser culpa suya!). Lo lógico es que sea al revés, porque el mango, de cedro, es más blando para trabajarlo y dejarlo a nivel con el diapasón. Así es que Vicente se pone con la lijadora para ajustar el diapasón antes de encolarlo. Después Juan saca su temida calibradora y comprueba que el diapasón está bastante bien alineado con el mango, pero (siempre hay un pero, ya lo sabemos) hace un poco de panza por el centro. Con un taquico y lija, Vicente tarda poco en poner las cosas en su sitio. Para terminar de ajustar el diapasón, Juan saca oootra máquina. Un listón con un tope y una moldura con una lija encolada. Al tirar presionando varias veces, el diapasón queda perfectamente alineado. Aprovechando media máquina, Vicente pasa la sierra para ensanchar las ranuras, con el mismo miedo que un servidor. Esa máquina hay que mejorarla. Y para terminar de preparar el diapasón, hay que biselar un poco las ranuras "por si hay que quitar algún traste, que no astille".
¡¡¡Ya está!!! A encolar. Vicente aplica con mimo la cola por toda la superficie del diapasón, y, cuando lo ve Juan le parece mucha cola. Y, usando un trozo de palosanto de la India como espátula, distribuye la cola y quita el sobrante. Después, prepara los sargentos para pegarlo en su sitio. Dejamos al descubierto el extremo inferior, para alinearlo perfectamente, y Juan coloca primero dos gatos para evitar que el diapasón se deslice hacia los lados. Es importante que ajuste bien con la tapa, no solo con el mango, y ahí pone 2 sargentos. Mientras, yo trato de ajustar el diapasón y, de paso, los trastes. Uso mi lima, que es bastante buena, con mucho cuidado para no astillar el ébano. Cuando me acerco a la caja, la protejo de arañazos con cinta de carrocero. Y de nuevo, el ébano me sorprende. Aunque es un trabajo que se podía haber evitado, la verdad es que queda muy bien.
Al ser un trabajo manual, tengo miedo de pasarme y voy comprobando con una regla que no haya curvas
...y mirando a lo largo también voy comprobando que esté derecho. Queda espectacular. Al ser la lima bastante fina, con un poco de lija queda suave y con una preciosa transición entre el ébano y el cedro. Juan se ha ido a pasar la itv de su moto, así es que empiezo a desbastar el mango. La escofina que traigo es muy bestia (destroza la madera). Juan prefiere siempre cortar limpiamente. De todas formas, como prueba no está mal. Hay que darle bastante con la lima para igualar, pero queda genial. Cuando vuelve Juan, nos ponemos con el aperitivo de despedida del curso. He conseguido cascaruja de Solano (de ayer, lógicamente) después de esperar media hora a que se tostara. Abre a las 9,30 pero para poner la tostadora, así es que no vende hasta las 10. O sea que, un paseo agradable por Santa Eulalia y una conversación con el tal Solano hablando de la historia del tostadero (antes en la Calle San Antonio) tostando Murcia desde 1941, creo que dijo. Juan saca botes de Estrella fresquicos, y Vicente ha traído un queso de Mercadona realmente bueno. La cascaruja está también buena, pero el paquete que probé ayer, calentico todavía, era increíble. Lo mejor vino después: al acabar la cerveza, Juan nos invitó a servirnos un poco de su vino, directamente del barril de su fricorífico/bodega. IMPRESIONANTE. Lógicamente hablamos de vino y nos contó un montón de cosas. Y ya haciéndose la hora de ir acabando, Juan mira el guitarro de Vicente y dice que está ya más que seco. Queda espectacular. Y, cosa rara, me acuerdo de pedirle a Juan un poco de serrín de cedro, que tiene un montón en una bolsa. A ver si este verano aprovecho y enmasillo lo que queda. Tengo también el serrín de ébano que recuperé yo mismo. Y, para terminar el curso, Juan entra en su bodega y nos regala una botella de su vino a cada uno.
Nuestras caras lo dicen todo. Hasta septiembre.
|