LEYENDAS
LA
MURCIA QUE NO VEMOS
La macabra y extraña sima de Monteagudo
Un remoto pozo de la fortaleza acapara diversas leyendas desde la
Edad Media
19.05.13
ANTONIO BOTÍAS
Un
simple agujero en la roca, si es tan oscuro y profundo como la época
en que se contempla, puede convertirse en una supuesta puerta infernal.
Y lo cierto es que para muchos puede serlo. Sobre todo para cuantos
caen a su interior por descuido o tras el corte certero de una faca
en sus gaznates.
Refiere
la leyenda que en tiempos de Juan I de Castilla, allá por mediados
del siglo XIV, la comarca de Fortuna fue azotada por las correrías
de un caudillo moro, cuya destreza sobre el caballo lo volvía
tan peligroso como escurridizo. Pero cierto día fue apresado
y conducido a Murcia, donde fue condenado a muerte.
El
Concejo ordenó que el reo fuera trasladado a «la costera
de Monteagudo cerca de una sima muy honda», adonde había
que arrojarlo después de ser degollado como público
escarmiento. Los verdugos cumplieron la pronta sentencia y empujaron
al desafortunado al interior del agujero «para que nunca apareciese».
Quizá aquel día nació la leyenda.
Frutos
Baeza habría de recordar el episodio varios siglos más
tarde. En su opinión, el episodio era sorprendente. «El
cortejo silencioso, entre sombras, cruzando la huerta -escribirá
el poeta-; el hombre del alguacil tañendo la campana; el sayón
armado con la tajante cuchilla; la costera solitaria; la boca feroz
de la lóbrega sima, escondrijo de cuervos. Todos los elementos,
en fin, de un sombrío cuadro de época».
El
mismo autor recordará que mucho tiempo después se construyó
una ermita consagrada a Nuestra Señora de la Antigua, cuya
devoción fue compartida en el pueblo con el culto a San Cayetano,
dando lugar a «la más alegre y típica romería
murciana» en las proximidades de un lugar donde antes solo había
lamentos y condenas.
No
resulta extraña la ejecución de condenados en una fortaleza
que atesoraba, además de estancias donde el Rey Alfonso X llegó
a residir, sus correspondientes mazmorras. Aún se conserva
una cédula de Enrique IV dirigida en 1458 al alcaide de Monteagudo,
Juan de Flores, sobre algunos malhechores que acogía en el
castillo.
Recién
estrenada la segunda mitad del siglo XIX, el periódico científico,
artístico y literario La Vega, que se editaba en una imprenta
de la calle Trapería, publicó un interesante artículo
sobre Monteagudo. Estaba firmado por Florencio Luis Parreño
y describía que, al iniciar el ascenso al castillo desde la
remota ermita de San Cayetano, podía contemplarse «una
inmensa terrera, en cuyo corte vertical observas blanquear huesos
humanos mezclados con restos de ánforas, lacrimatorios y otros
objetos de uso doméstico».
Parreño
destaca, en referencia a la sima, que «grande es su profundidad.
¿Quieres conocerla? Pues escucha&hellip ¿No oyes
el eco terrible como retumba en las concavidades del monte? ¿No
sientes helársete la sangre en las venas al considerar cuánto
debieron sufrir en su caída los que tuviesen la fatalidad de
ser arrojados al seno de ese espantoso precipicio?».
En
marzo de 1910 la oscura sima recobra actualidad. El pedáneo
de Monteagudo, Juan Manresa, denunció la desaparición
de José Martínez, un anciano viudo, de quien no se tenían
noticias desde hacía unas semanas. En el pueblo circuló
el rumor de que José había caído al agujero «a
juzgar por el fuerte hedor que despide». La noticia, en cambio,
no se podía confirmar porque resultaba imposible «reconocer
la sima por su mucha profundidad».
El
juzgado de San Juan se encargó de ordenar las pesquisas oportunas,
que se efectuaron el 16 de marzo. Hasta el lugar se trasladó
el juez, el alcalde accidental de Murcia acompañado por un
escribano y un médico forense. El redactor de El Liberal, que
participó en la comitiva, destacó que el monte, por
la afluencia de curiosos, ofrecía «un pintoresco aspecto,
inusitado y alegre, más propio de un día de romería
que de una diligencia judicial y macabra».
Primeras
mediciones
La
boca de la sima era una circunferencia de unos 6 metros de diámetro
y su profundidad, desconocida hasta aquel día, se cifraba tradicionalmente
en unos 70 metros. Pese a la presencia de las autoridades, nadie se
atrevía a descender a aquel aterrador agujero. Primero, por
desconocer qué dantesco espectáculo aguardaba en el
fondo. Y segundo, porque quien entrara habría de regresar con
el cadáver del anciano, si es que allí se encontraba.
Después
de algunos minutos, fue José Luis Martínez, apodado
El Nene, quien se decidió a bajar. No en vano era el conductor
de La Pepa, que así llamaban al carro fúnebre. El Nene,
en apenas 20 minutos, había localizado el cadáver del
desaparecido. Acomodó los restos en un serón, «se
encasquetó un sombrero calañés que usaba el muerto
y tocó la campana para dar aviso de que podía comenzar
la ascensión». Mientras lo subían, El Nene perdió
el sombrero. Pero las ropas del anciano y otros detalles permitieron
identificar los restos, que fueron sepultados en el cementerio de
la pedanía.
Refieren
las crónicas que se usaron más de 60 varas de cuerda
«que se hundían en el precipicio», lo que equivalía
a unos 50 metros, si bien no queda claro si el pozo era aún
más profundo. A finales de 1989 y principios de 1990, en través
de un proyecto de consolidación del castillo, se instaló
una reja en la histórica sima.
La
existencia de este pozo ha espoleado durante generaciones la imaginación
popular. Algunos han mantenido que es la entrada a un túnel
que une el célebre castillo con la Catedral de Murcia, extremo
improbable en estas tierras de antiguos pantanos. Sin contar que durante
siglos fue vertedero improvisado de basuras y animales muertos, lo
que habría cegado para siempre tan improbable pasadizo. Otros,
tan audaces como aquellos, han sostenido que el pozo está maldito
y, en fecha reciente, lo han denominado como sima del infierno o de
la muerte.
Resulta
más sensato concluir que el agujero tenía otra función
más práctica que misteriosa: abastecer de agua la guarnición
del castillo. Dibujos inéditos del ingeniero Mariano del Río
y en propiedad del Ministerio de Defensa nos permiten conocer el estado
de la fortificación en 1810. Pero no se menciona sima alguna,
sino varios aljibes. En 1888, en una serie de artículos sobre
el castillo publicados en El Diario de Murcia, Díaz Cassou
tampoco hace referencia a ningún pozo misterioso, aunque destaca
la existencia de diversos subterráneos, aljibes y mazmorras.
La imaginación del pueblo, sin duda, hizo el resto.