EL
CONDE DE FLORIDABLANCA

Recojo
un artículo de Antonio Botías:
«¡Solo
falta que los murcianos lo hagan en las calles!»
ANTONIO BOTÍAS
Domingo, 30 abril 2017
Se podría aventurar, pues sabido es que aquí cualquiera aventura cuanto
le viene en gana, que las primeras esculturas de desnudos que adornaron
la ciudad se colocaron, para pasmo del vecindario, en 1796. Y el escándalo
que provocaron fue tan abultado como la legión de murcianos que acudió
a la antigua Alameda del Carmen, hoy jardín de Floridablanca declarado
BIC. Para la historia sabrosa de la ciudad quedó aquel comentario
que hiciera una pía y asombrada señora ante una de las esculturas:
«¿Pero qué santos son estos?».
A
la antigua carretera de Cartagena, que ahora llaman de El Palmar,
le cambiaron el nombre por el de Floridablanca cuando el Ayuntamiento
reformó el jardín y lo dedicó a la memoria de aquel ministro ilustrado,
don José Moñino y Redondo, a quien también levantaron una curiosa
estatua que fue inaugurada el 19 de noviembre de 1849. La idea fue
propuesta por el alcalde, Salvador Marín Baldo, el 12 de febrero de
1847.
La
obra costó diez mil reales y fue realizada por Baglieto, sin imaginar
la guasa que su creación provocaría en decenas de generaciones de
adolescentes. Años más tarde, quizá por lo desocupados que andamos
en estas latitudes, a alguien se le ocurrió contemplar la estatua
desde un cenador que proyectó el agrónomo Francisco Medina.

Desde
esa perspectiva, el pergamino enrollado que don José mantiene erguido
en su mano derecha, más que a una pragmática, se asemeja a un pijo,
como todos le llaman y pocos lo escriben, y así el conde parece que
orina tan a gusto desde su pedestal. Atesora el conjunto escultórico
una curiosidad también desconocida. Bartolomé Comellas, en un artículo
publicado en 1877 en la revista 'Cartagena Ilustrada', recordó que
el pedestal se construyó «por el año 1824 en el centro de la Glorieta,
frente al Ayuntamiento, y se colocó sobre él una estatua», obra de
Francisco Bolarín, fundida en plomo y luego dorada, que representaba
al Rey Fernando VII. Tiempo después fue mutilada la obra, que acabaría
fundida y convertida en proyectiles. Pero el pedestal se conservó.
Y luego sirvió para aupar sobre él al conde.
...
Fernando
VII...........................................................................Floridablanca
El
mismo jardín también estaba desde antiguo cerrado y disponía de cuatro
puertas. En los dos pilares laterales de la más antigua lucieron las
estatuas que de los Reyes Fernando VI y Bárbara de Braganza, realizaron
Jaime Campos y Manuel Bergaz en el siglo XVIII.

Pero
cuando llegó Carlos IV al trono, prácticos como somos los murcianos,
tallaron nuevos rostros a las dos piezas. Y a correr. Aunque siguieron
luciendo los antiguos y anacrónicos ropajes. De la cabeza de Bárbara
de Braganza solo quedó el peinado y su cara pasó a ser la de María
Luisa de Parma.
Los
remotos turistas
Este
espacio verde también ha sido objeto de los comentarios de extranjeros
de todas las épocas. El viajero inglés George Alexander Hoskins, en
su obra 'España, tal como es', datada en 1852, describía el «paseo
de Floridablanca, así llamado por las estatua del Marqués de ese título
que, desde su humilde origen, supo elevarse por sus propios méritos
hasta el Ministerio de Carlos III».
Aceptable
descripción que el inglés arruina al añadir que «esta estatua se erigió
hace seis años en honor de este único gran hombre salido de este Dunciad
State». La profesora Cristina Torres-Fontes arroja luz sobre tan curioso
término en su libro 'Viajes de extranjeros por el Reino de Murcia'
al afirmar que podría traducirse como «país de imbéciles, ignorantes
atrevidos». Eso sí, el maldito inglés añadió a renglón seguido que
los españoles «pueden rendir homenaje a su memoria ya que España le
debe, entre otras cosas, sus mejores carreteras y transportes públicos».
Al
dibujante francés Albert Robida, otro viajero en Murcia, no le gustó
tanto ni el jardín ni la escultura. Así, describía en su libro 'Las
viejas ciudades de España. Apuntes y Recuerdos', en 1880, «el jardincillo
público, lleno de polvo y afeado con la Estatua de Floridablanca».
Contaba
el infeliz gabacho que los murcianos «no se hacían cargo de la completa
fealdad y el ridículo absoluto de esas vegetaciones pobres, por el
estilo de nuestros jardines ingleses, cuando se ven al lado de huertos
empenachados de palmeras gigantescas, de magnolios y de árboles de
toda especie, que nosotros solo conocemos como plantas de estufa raquíticas».
Tela
con el francés. Pero tenía más razón que un santo al denunciar que
los murcianos presumieran de jardincillos ingleses cuando a apenas
unos metros contaban con tan exuberante y espléndida vegetación. Vamos,
lo de siempre.
Tres
años antes de esta publicación, en cambio, el joven Rey Alfonso XII,
también de visita en Murcia, «quiso pasear por el jardín de Floridablanca,
en donde estuvo largo rato paseando», como publicó el diario 'La Paz'
el 24 de febrero de 1877.
Un
corregidor tozudo
El
origen de la alameda se pierde en el siglo XVIII cuando, por cierto,
se produjo otra sabrosa polémica. El corregidor Cano, en plena ebullición
contra las ideas revolucionarias que provenían de Francia, ordenó
colocar varias esculturas que representaban desnudos. ¡Para qué quiere
usted más!
Los
murcianos, al pronto, ni siquiera entendieron a quienes representaban
y cuenta la leyenda que más de uno exclamó: «¿Pero qué santos son
esos?». No lo eran. Las piezas fueron adquiridas a la Academia de
Madrid. Una de ellas, según consta en la denuncia que presentó ante
el Santo Oficio el presbítero y abogado de los Reales Concejos, Félix
José Gert de Rueda, era «un gallardo joven sentado en disposición
de repizcarse la planta de un pie, cuya pierna tiene levantada en
ademán de sacarse una espina». La otra era una Venus, «una mujer hermosa
[...] aparentando que con los brazos cruzados oculta sus abultados
pechos, que descubre con más artificio». El escándalo estaba servido.
El sacerdote advirtió de que los murcianos «no están acostumbrados
a tales espectáculos» y añadió, quizá tirándose de los pelos, otra
frase para la historia sabrosa de la ciudad: «¡Ya no falta sino que
hombres y mujeres se pongan a pecar públicamente!».
El
inquisidor terminó de arreglarlo al concluir que «la poca elevación
de las estatuas aumenta el daño infinitamente porque ofrece muy próximos
a la vista los objetos de provocación y lascivia».
Menos
mal que el escultor Roque López, a quien se le encargó un informe,
desmintió que las piezas fueran obscenas. Entretanto, el corregidor
no cejó en su decisión de mantener, incluso por encima de la Inquisición,
las esculturas en el jardín. Y allí permanecieron por su santo coraje.
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Hasta
aquí, el artículo.
Varias
cosas:
-
Las estatuas de Fernando VI / Carlos IV y de Bárbara de Braganza /
Mª Luisa de Parma
Comparemos
retratos de los 4:

Louis-Michel
Van Loo. La Familia de Felipe V
1743.
Óleo sobre lienzo, 408 x 520 cm
Museo del
Prado
https://www.museodelprado.es/coleccion/obra-de-arte/la-familia-de-felipe-v/ff667d13-323f-48cc-8923-4a6245e02f1f

Bárbara
de Braganza y Fernando VI, entonces príncipes de Asturias

Francisco
de Goya. La familia de Carlos IV
1800.
Óleo sobre lienzo, 280 x 336 cm.
Museo
del Prado

María
Luisa de Parma y Carlos IV





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Y
en cuanto a los santos del jardín, todo parece indicar que la provocación
y lascivia venía de dos esculturas muy conocidas. A ver:
La
Real Academia de Bellas Artes de San Fernando se creó en 1752, durante
el reinado de Fernando VI. Tiene por objeto: "fomentar la creatividad
artística, así como el estudio, difusión y protección de las artes
y del patrimonio cultural, muy particularmente de la pintura, la escultura,
la arquitectura, la música y las nuevas artes de la imagen".
Entre
otras cosas, desde los inicios de la Academia, se recogieron reproducciones,
normalmente en escayola -los llamados vaciados- para que los alumnos
pudieran practicar. Algunos moldes y vaciados los compró Velázquez
en Italia, y se compraron otros en los museos Capitolinos entre otros.
Algunos
de esos vaciados se fueron distribuyendo por toda España. En el Instituto
Floridablanca se conserva, con cien manos de pintura encima, una Diana
Cazadora como la de Versalles, (que ahora está en el Louvre):

Los modelos
de donde se sacaban estas copias también eran con frecuencia copias
romanas de esculturas griegas o helenísticas de bronce, que al ser
reproducidas en mármol perdían el interés que siempre despertaba el
bronce. Gracias a eso se han conservado y podemos saber cómo serían,
más o menos, las originales.
Con
frecuencia, de estos vaciados de escayola se sacaban copias en piedra
o mármol para colocar a la intemperie, que, lógicamente eran más caras.
Hay
que pensar que cada vez que se copiaba se perdían detalles, se añadían
cosas (a gusto del que pagaba). Es posible que muchas de ellas no
las habría reconocido ni su autor, de haberlas visto.
Y
por lo que sabemos, quedan pocas dudas de las estatuas escandalosas
que llegaron al jardín:


Una
podría ser una réplica de la Venus Capitolina, que está en el Museo
del Capitolio, donde la Academia compró vaciados (a la izquierda).
La de la derecha es la Venus de Médici, que está en los Uffizi. Ambas
son reproducciones romanas (versiones más bien) de la Venus de Cnido
de Praxíteles.
Y
la otra, evidentemente un "Espinario", o niño de la espina.

Hay
montones de reproducciones por museos de todo el mundo. Este está
en Berlín, pero casualmente hay uno también en el Museo Capitolino,
y otro en el mismo Prado:
Más información:
https://www.museodelprado.es/coleccion/obra-de-arte/el-nio-de-la-espina-el-espinario/39e1e8ef-ba5b-4891-9f10-9c6267097eb3
https://www.realacademiabellasartessanfernando.com/es/academia
https://www.realacademiabellasartessanfernando.com/es/taller-de-vaciados
https://academiasdeljardin.blogspot.com/2011/12/el-desaparecido-monumento-fernando-vii.html
https://www.esculturapublica.es/2013/01/