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14.- LA ESCULTURA BARROCA: BERNINI

 

Bernini y los grupos Borghese



El cardenal Scipione Borghese fue uno de los personajes más influyentes en la Roma del siglo XVII, de tal forma que podemos considerar que el Barroco habría tomado otro rumbo sin su mecenazgo. Fue él quien encargó a un joven Bernini alguna de las obras que le consagraron como escultor y que facilitaron su éxito en la corte papal de Paulo V. El cardenal borguese e uno de los mas grandes coleccionistas de arte de toda la Historia del Arte, su colección abarcaba desde la Antigüedad clásica a obras contempóraneas, adquirió la enorme propiedad romana de Villa Borghese, en la que levantó un fastuoso palacio, repleto de obras de arte y rodeado de amplias zonas ajardinadas. No siempre la adquisicion de obras para su colección fue por vías muy ordotoxas, empleó todos los recursos que su posición y el poder que le daba ser sobrino del papa, con incautaciones o compras a cargo de los fondos de la Caja de la Cámara Apostólica. Con el paso del tiempo el conjunto ha sufrido importantes alteraciones, como en 1808 cuando el principie Camilo Borghese, casado con Paulina Bonaparte, vende a su cuñado Napoleón unas 400 esculturas que forman la mayor parte de la colección de escultura clásica del Louvre. A comienzos del siglo XX la familia en encuentra al borde de la banca rota y optan por vender en 1903 al estado italiano la Villa y sus fondos.

De todas las obras que Scipione Borghese reunió alguna de las más destacada son el conjunto de grupos escultóricos que encargó a Bernini sobre temas mitológicos y religiosos: Eneas y Anquises (1618-1619), El rapto de Proserpina (1621-1622), el David (1623) y Apolo y Dafne (1622-1623). Todas las esculturas estaban perfectamente diseñadas para la decoración de los salones de Villa Borghese, y su composición se calculó teniendo en cuenta su ubicación exacta (que se corresponde con la actual) para dar una sensación de movimiento continuo, una especie de danza que uniera compositiva y simbólicamente todas las piezas. No podemos olvidar el carácter aristocrático del comitente, su exquisito gusto por las antigüedades y a pesar de su cargo eclesiastico, por el ambiente cortesano y placentero; aunque esto no impide hacer una lectura en clave religiosa del conjunto, como símbolos de virtudes católicas.

La primera de ellas, Eneas y Anquises, relata el pasaje de la Eneida en el que el héroe troyano Eneas huye de la ciudad de Troya llevando en hombres a su padre anciano, parte hacia el destierro, y acabará llegando a Roma y será considerado como uno de los fundadores mítico de la ciudad. Realizada en 1618 cuando Bernini tenía 21 años se trata de una obra de juventud, muy anclada aun al estilo del taller de su padre y al gusto manierista de composiciones serpentinatas. 



Mucho más avanzado es el grupo de “El rapto de Proserpina”, inspirado también en la mitología, recoge el momento en el que Pluton rapta a Proserpina para llevarsela al Hades; en este caso ya nos encontramos con una clara superación de los modelos previos y un desarrollo más claro de su estilo personal, con un evidente gusto por las texturas, por la expresividad desatada, por el carácter táctil dado al mármol con un control de la talla deslumbrante que logra darnos la sensación de que la piedra se hace carne y joven notamos como la piel de la se hunde bajo la fuerza de las manos de Plutón.


Esa fuerza expresiva aumenta en el caso de David, con una fuerza incontrolable, hace que incluso el de Miguel Angel nos parezca estático. 
Posiblemente de todas la esculturas, la que sigue despertando más asombro es “Apolo y Dafne”, en que traduce a piedra el relato que Ovidio hace en la Metamorfosis del relato mítico de la persecución de Apolo destrás de la ninfa Dafne. 




Apolo ama y luego de ver a Dafne desea ardientemente unirse a ella; espera lo que desea y sus oráculos le engañan. A la manera como arde la ligera paja, sacada ya la espiga, o como arde un vallado por el fuego de una antorcha que un caminante por casualidad la ha acercado demasiado o la ha dejado allí al clarear el día, de ese modo el dios se consume en las llamas, así se le abrasa todo su corazón y alimenta con la espera un amor imposible. Conserva su cabellera en desorden que flota sobre su cuello y dice: “¿Qué sería, si se los arreglara?” Ve sus ojos semejantes en su brillo a los astros; ve su boca y no le basta con haberla visto; admira sus dedos, sus manos y sus brazos, aunque no tiene desnuda más de la mitad. Si algo queda oculto, lo cree más hermoso todavía. Ella huye más rápida que la ligera brisa y no se detiene ante estas palabras del que la llama:

 


“¡Oh, ninfa, hija de Peneo, detente, te lo suplico!, no te persigo como enemigo; ¡ninfa, párate. El corderillo huye así del lobo, el cervatillo del león, las palomas con sus trémulas alas huyen del águila y cada uno de sus enemigos; yo te persigo a causa de mi amor hacia ti. ¡Hay desdichado de mí! Temo que caigas de bruces o que tus piernas, que no merecen herirse, se vean arañadas por las zarzas, y yo sea causa de tu dolor. El que persigue, ayudado por las alas del Amor, es más veloz y no necesita descanso; ya se inclina sobre la espalda de la fugitiva y lanza su aliento sobre la cabellera esparcida sobre la nuca. Ella, perdidas las fuerzas, palidece y, vencida por la fatiga de tan vertiginosa fuga, contemplando las aguas del Peneo, dijo: “Auxíliame, padre mío, si los ríos tenéis poder divino; transfórmame y haz que yo pierda la figura por la que he agradado excesivamente”.

 


Apenas terminada la súplica, una pesada torpeza se apodera de sus miembros, sus delicados senos se ciñen con una tierna corteza, sus cabellos se alargan y se transforman en follaje y sus brazos en ramas; los pies, antes tan rápidos, se adhieren al suelo con raíces hondas y su rostro es rematado por la copa; solamente permanece en ella el brillo. Apolo también así la ama y apoyada su diestra en el tronco, todavía siente que su corazón palpita bajo la corteza nueva y, estrechando con sus manos las ramas que reemplazan a sus miembros, da besos a la madera; sin embargo, la madera rehúsa sus besos. Y el dios le dijo: “Ya que no puedes ser mi esposa, serás en verdad mi árbol; siempre mi cabellera, mis cítaras y mi carcaj se adornarán contigo. ¡Oh, laurel!, tú acompañarás a los capitanes del Lacio cuando los alegres cantos celebren el triunfo y el Capitolio vea los largos cortejos.




Aparte de las lecturas iconográficas y mitográficas lo esencial es que Bernini aporta una reflexión plástica sobre las transformaciones de la materia, y que traslada al mármol los versos convirtiendo en una composición dinámica y violenta un texto estático. Con una asombrosa ejecución técnica logra dar al mármol todo tipo de texturas, desde la rugosa corteza o las ramas del laurel a la morbidez de la piel de Dafne. El logro es aun mayor en la expresividad de los rostros y de los gestos, consigue dar la sensación de sorpresa, de instante congelado, de incredulidad en el caso de Apolo, de dolor y desesperación en el de Dafne.


Con estas obras Bernini afirma la realidad de los sentimientos humanos y de los valores de la naturaleza, la inestabilidad y el cambio, la mutabilidad del ser, es decir la esencia de la visión barroco. El hombre barroco encuentra su ser y estar en el mundo precisamente partiendo de esa movilidad tumultuosa.

Fuente:

http://enelvallearte.blogspot.com/2011/03/bernini-y-los-grupos-borghese.html