La forma de edificar un muro en época románica es herencia directa de los geniales arquitectos que fueron los constructores romanos. El tipo de técnica empleada es lo que se denomina "muro compuesto" o "emplectum" y consta de tres capas: un núcleo formado por ripios consolidados con mortero de cal y sendos acabados exteriores.
En las obras más antiguas, se emplean los sillarejos apenas desbastados, y en la etapa plena del románico, se utilizan bloques de piedra sillar bien escuadrados y ajustados en sus superficies vistas y de apoyo.
Hacia el interior del muro, la piedra no necesita ser tallada con cuidado. No se verá. Y su propia irregularidad en la profundidad de penetración en el núcleo aportará cohesión a ambas capas. Este es el fundamento de colocar sillarejos a tizón: al disponerlos de modo que su mayor longitud se hunda en el centro del muro, consolida y ata sus distintas fases.
Si la mezcla de mortero de cal es la adecuada y en consecuencia el núcleo del muro es sólido, es suficiente para rigidizar el mismo hasta el punto de que los acabados de piedra vista sean meramente decorativos. La demostración de esta idea son los edificios en que se han expoliado sus sillares para reutilizarlos ("la mejor cantera disponible es un edificio abandonado"). Permanecen en pie gracias a la rigidez del núcleo de sus muros.