02.- LA ESCULTURA GRIEGA DEL PERÍODO CLÁSICO

Laocoonte, a quien la suerte había designado como sacerdote de Neptuno, estaba sacrificando en el altar un enorme toro.  He aquí que desde la isla de Ténedos, por las aguas tranquilas y profundas (yo lo recuerdo con horror), dos serpientes de gigantescos anillos se extienden pesadamente por el mar y al mismo tiempo se dirigen hacia la orilla; y, erguidos sus pechos sobre las aguas, sus crestas color de sangre dominan las olas.  El resto de los cuerpos se desliza lentamente sobre la superficie de las aguas, y su enorme mole arrastraba sus pliegues tortuosos.  Resuena el espumoso mar, ya tocan tierra y los ardientes ojos, in­yectados en sangre y fuego, con sus vibrantes lenguas lamían sus fauces silbantes.
     Exangües ante lo que veíamos, huimos, pero ellas, con avance seguro, se dirigen a Laocoonte, y primero las serpientes se enroscan en los cuerpos de sus dos hijos y a mordiscos devoran los desdichados miembros, después, al ir el padre en su auxilio con las armas en la mano, le apresan y le estrujan con sus grandes nudos.  Por dos veces enroscan su escamoso cuerpo alrededor de la cintura, dos veces también alrededor de su cuello, sobrándoles las cabezas y las colas. Él intenta arrancar los nudos con sus manos, sus vendas se ven empapadas de baba y el toro herido cuando abandona el altar sacude de su cervis el hacha mal clavada.  Y las dos serpientes huyen deslizándose hacia los altos templos, ganan rápidamente el santuario de la Tritonia y se esconden bajo los pies de la diosa, debajo de la redonda cavidad del escudo.

VIRGILIO.