176              Obras de Orson Welles

Fraude:
Welles en Ibiza

Eduardo Úrculo

Ibiza, isla del archipiélago balear, el más occidental del viejo Mediterráneo, acostumbrada a recoger

fenicios y corsarios desde tiempos remotos, comenzó a recibir en los años sesenta visitantes de

todos los confines del planeta.

Buscadores de aventuras y fugitivos de rutinas, visionarios y soñadores, náufragos y viajeros. Gentes

que llegaban buscando paraísos perdidos, desde la noche de la Diosa Tanit.

 

Nadie tenía fecha de caducidad en esta isla bañada por el azul turquesa de sus aguas. Todos los viajeros que llegaban por aire o por mar se desprendían de su vieja piel para comenzar una nueva vida, como un ave fénix renaciendo de sus propias cenizas.

Fue una década convulsa y fantástica, donde la imaginación intentó sustituir el inexorable principio de realidad. Ibiza permitía ilusión y libertad frente al desánimo gris de las cifras estadísticas.

En Ibiza había ibicencos; el resto de la población era como una colonia intergaláctica integrada por gentes de diversas estirpes hablando diversos idiomas. Todos deseaban olvidar sus diferencias y acentuar sus afinidades.

Había hombres como Malcom Tillis, auténtico creador de la moda ibicenca, que exportaba su estética utilizando las vías de los nómadas que hacían escala en Ibiza. Creo que acabó en una cárcel de Estambul, siendo el pionero inspirador de aquella gran película de Alan Parker Expreso de Medianoche.

Ivan Spence, que aparece en la película de O. Welles, había sido un viejo senador británico y un buen día, cansado de tanta metrópolis y de tanta burocracia, recaló en Ibiza. Le gustó la isla y la vida que allí había, se compró un burro para desplazarse y montó una galería de Arte, que bautizó con el nombre de El Corsario, en Dalt Vila. Ibiza era isla de pintores e Ivan Spence los reunió en su galería y se formó un grupo histórico y de vanguardia que se llamó Ibiza 65.

Otro personaje que fugazmente recoge la cámara de Orson Welles, en el film Fake!, es Stephan, el viejo marchante alemán, con su sombrero de ala ancha y su figura enjuta y alta. Los rasgos de su cara recuerdan a Alberto Giacometti. Vivía en el puerto, encima del restaurante Bahía de Juanito; el dueño era un hombre voluminoso y preparaba los más grossos y más ricos pullastres de todo el Mediterráneo. Stephan, el viejo vendedor de cuadros, jamás se perdía la llegada de ningún barco. Era como si año tras año esperara a alguien que nunca llegaba.

Smilia Mihaylovich llegó un otoño de 1966 acompañada de su marido que era funcionario la Unesco en París. Amiga de Ernesto Von Stephen, al que todos llamaban el barón. ¿Era ficción o realidad? No importa, Smilia y su marido, el funcionario de la Unesco, se volvieron a París, regresando Smilia a Ibiza al poco tiempo, transformada en la Princesa Smilia Mihaylovich. Smilia ¿era una princesa verdadera o falsa? Fue una superviviente que resistió tanto naufragio humano y tanto éxodo, como se produjo en Ibiza a principios de los años setenta. Smilia era como la diosa Tanit, parecía que siempre hubiera estado en Ibiza. En 1967 se rueda la película More de Barber Schroeder, película que trata de alcanzar los paraísos perdidos. Los Pink Floyd se instalan en Ibiza y ponen música al film. Alternaban tardes y noches en el bar Clives, situado en el viejo puerto, jugando al ajedrez, a la luz de las velas y de los quinqués. La catedral de los bares de la noche era La Tierra, conocido y reconocido por todas las guías underground de la época. A La Tierra, llegaban todos los hippies que un día habían salido de San Francisco, Amsterdam o Katmandú. Cita inevitable para los últimos nómadas del milenio. La Tierra era la noche, pero las mañanas y mediodías las citas eran en la terraza del Café Monte Mar, en la plaza de Vara del Rey, punto neurálgico y centro de reunión de los habitantes de Ibiza. Varias escenas del film de Welles, Fake, están rodadas en esta terraza.

La oficina de correos y la banca de Matutes junto con la terraza del Monte Mar eran puntos de encuentro y referencia diurna de esta polimorfa población.

Entre los cuerpos y los espíritus de estos pobladores, la historia de Gilgamesh coqueteaba con Walt Whitman y con Lao-Tse. Pink Floyd y Bob Dylan sustituyeron las canciones de la guerra civil española. Las flores estaban en la vida y hacían a la gente más bella. La luna llena organizaba festejos y la noche se transformaba en explosiones de color y millones de ficciones. No había frontera entre lo verdadero y lo falso. Toda Ibiza era una mentira para descubrir la verdad.

 

Welles con Oja Kodar en Fake

Esbozado apresuradamente, desde el recuerdo, este escenario, pasaremos a ocuparnos de los verdaderos protagonistas de esta magistral obra de Orson Welles, Fake: Elmyr D'Hory llegó a Ibiza en 1950. Dentro del oscuro pasado y de las múltiples vidas de Elmyr, podemos afirmar que era húngaro, de Budapest. Él contaba su historia acentuando la sospecha de un origen aristocrático. En cualquier caso, nadie lo representó mejor que él. Había sido pintor de poco éxito en Hollywood, amigo de Marilyn Monroe, siempre llevó una vida peligrosamente lujosa. Parece ser que, en momentos de flaca economía en Los Ángeles, había comenzado a vender falsos dibujos de Modigliani y de Matisse. Dicen que había utilizado más de 60 nombres antes de llegar a Ibiza. Era un hombre de gran ironía y sofisticado refinamiento. Muy educado y de gran humor, era un gozador nato y predicaba el placer frente al autocastigo del dolor. Nunca faltaba al mediodía en la terraza del Monte Mar, llevando siempre al hombro el cesto ibicenco como nadie. Su cintura iba siempre ceñida con aquellos cinturones anchos y de gruesas hebillas, que acentuaban su singular figura y su esmerado aliño. Saludaba lenta y vivazmente a todos los conocidos en una mezcla de lenguas, algo habitual en aquella terraza cosmopolita.

Elmyr tenía una casa, que no era suya, en Los Molinos, entre Ibiza y Figueretes. La casa tenía unas vistas y una terraza maravillosa desde donde se podía uno sentir el rey del mundo o al menos del Mediterráneo. Siempre estaba acompañado de algún joven y bello muchacho. En esa casa de Los Molinos, pintó los falsos Modigliani, Van Dongen, Matisse, Picasso, etc. que lograron provocar el mayor escándalo de falsificación del siglo XX.

Cliford Irving llegó a Ibiza a mediados de los años sesenta. Era un hombre alto y atractivo, de aspecto muy tranquilo. Parece ser que llega a Ibiza en un momento bajo de su vida, cuando sus libros apenas se vendían en América. En Ibiza conoce a Edith Somer, pintora que formaba parte del grupo que exponía en la Ivan Spence Gallery. Cliford y Edith se casan; ella era la amiga más antigua que tenía Elmyr D'Hory. Era una mujer muy bella, rubia y siempre sonriente. Era una imagen de mujer feliz. Ambos, Cliford y Edith, formaban por aquellos años una bella y atractiva pareja. Vivían en una casa de dos plantas en el campo, camino de San José, y las tardes y noches de los otoños e inviernos se reunían en la casa, alrededor de la mesa de poker, diversos amigos de los Irving, ya que Cliford era muy aficionado al juego.

Otro personaje que andaba por la isla era la holandesa Nina Van Pallandt. Mujer bellísima, había sido muy famosa en España años atrás por el dúo que formaba con su marido Frederick. Ambos fueron muy conocidos como Los Holandeses Voladores. Nina ya se había divorciado de Frederick y más tarde sería testigo en el juicio contra Cliford Irving.

Elmyr D'Hory


Creo que Orson Welles llega a Ibiza en 1973 interesado por estos dos personajes de Elmyr y Cliford. Irving había publicado el libro Fake, que trata de las falsificaciones de Elmyr D'Hory y la revista Time destaca en portada el reportaje que dedica a estos personajes en un número del 21 de febrero de 1972. En este número, Time dedica amplio espacio a comentar el escándalo de la Autobiografía de Howard Hughes escrita por Irving. La portada publica un retrato de Cliford pintado por Elmyr, donde se constata cómo este cuadro auténtico de Elmyr es mucho menos bello y fascinante que los lsos Matisse.

Orson welles toma contacto inmediatamente con los Irving y con Elmyr D'Hory. Aunque se sienten acosados, en Ibiza se encuentran relativamente seguros, y desarrollan un cierto exhibicionismo que les convierte aparentemente en impunes. Lejos de esconderse se convierten en estrellas de Orson welles verbalizando en Fake todas sus verdades y mentiras.

Fake es una historia que parece creada a la medida Orson  Welles. Desde Ciudadano   Kane hasta Fake discurre obsesivamente a base de cuestionarse laberínticamente todas las esquinas de la realidad y sus  apariencias. Hay un momento del film donde narra con su voz en off esta historia, que es como un cuento creándonos la duda de si sucedió realmente alguna vez:


Yo fui en cierto modo como Elmyr, un pintor hambriento, pero no en Francia, pasaba hambre en Irlanda, llegué para pintar, compré un burro y un carro, lo llené de pinturas y lienzos y comencé a viajar. De noche dormía bajo el carro. Era un verano estupendo. Pero al llegar a Dublín tuve que subastar el burro y a mí mismo. Mis cuadros volaron regalados a los campesinos irlandeses que me daban comida. Me quedé sin pinturas ni dinero. Tenía 16 años y mi carrera estaba en una encrucijada. Se acercaba el invierno. Podía haber buscado un trabajo honrado como lavaplatos o algo así, pero tomé el camino fácil. Me hice actor. Nunca había actuado, pero en Dublín dije que era un famoso actor en Nueva York y me creyeron. Empecé en la cumbre y he ido cuesta abajo desde entonces. Si actuar es un arte, inventar esa carrera de Broadway fue un buen caso de falsificación artística.

Fake es un viaje a través del ciclópeo ojo de la cámara de Orson Welles, invitándonos a reflexiones mágicas y engañosas alrededor de lo falso y de lo verdadero.

El film comienza con Orson Welles como un gran Houdini en una estación de tren, haciendo magia ante la inocencia de unos niños. La realidad nunca es una, nos viene a decir, es múltiple y diversa, y lo verdadero no podría existir sin lo falso, lo mismo que el día no tendría sentido sin la noche. Tampoco hay una Ibiza, se dice en el film, hay dos Ibizas: una seria y grave, forma parte de España; la otra es una isla llena de sol, donde las almas inquietas se encuentran.

Aquí se conocieron los dos grandes falsificadores del siglo. Pero la ley no podía tolerar la plural realidad. Para la ley había una sola realidad verdadera y el Estado era su profeta. Lo que para nuestros protagonistas era un juego y una manera de vivir se convirtió en una persecución a través de órdenes de extradición. Cliford y Edith acabaron en las cárceles de Estados Unidos y Elmyr se acabó suicidando en Ibiza ante la posibilidad de la concesión de una orden de extradición que las autoridades españolas otorgarían al Gobierno francés. Elmyr D'Hory, que había vivido en tantos países, prefirió -cansado de vagar- quitarse la vida antes de abandonar Ibiza.

Fake comienza, según Welles, con un material que estaba destinado para otro film: El culo contoneante de Oja Kodar reclamando con su caminar el concurso de todas las miradas de los tipos más diversos de la fauna mediterránea.

Oja es el reclamo para captar la atención anónima con la técnica de la cámara indiscreta. Nadie sabe que le están filmando, y las miradas expresan todo el abanico que va desde la lujuria hasta el más irreprimible deseo.


La última parte de la obra de Welles se cierra con este principio. Los ojos de Picasso, el gran mirón, ve una y otra vez pasar delante de su ventana a Oja Kodar. Todas las miradas de los seres anónimos del principio se concentran en esta mirada singular del siglo, Pablo Picasso. Welles nos presenta a un Picasso obsesionado y en una mezcla genial -fotomontaje- de erotismo, sexo, arte, ante la contemplación secreta de Oja, llegando a un estado de perturbación que solamente encuentra alivio cuando posee y pinta sus veintidós retratos de esa turbadora mujer. La cámara de Orson Welles filma frenéticamente, con una maestría admirable, las imágenes montadas del pintor, entre besos pintados, desnudos y el culo de Oja, para acabar con un Picasso tocando el trombón feliz como un niño y riéndose como un payaso en el circo.

En otro momento del film, Orson Welles dice, contemplando la Catedral de Chartres: Quizá la mayor obra de Arte del hombre no tiene firma. Chartres, la celebración de la gloria de Dios, que dignifica al hombre. Todo lo que queda, piensan muchos de los artistas de hoy, es el hom­bre desnudo, pobre, miserable. Ya no hay celebraciones.

El nuestro, nos dicen los científicos, es un universo desechable. Quizá sea esta gloria anónima entre todas las demás cosas, este rico bosque de piedra, este canto épico, este gozo, este grandioso salmo de afirmación lo que elijamos cuando nuestras ciudades sean sólo polvo, un polvo que, permaneciendo intacto, indique dónde estuvimos y muestre hasta dónde hemos llegado. Nuestras obras, de piedra, pintadas o impresas, apenas perduran unas décadas o un milenio o dos. Pero todo debe caer finalmente bajo la tierra o consumirse hasta el final en ceniza universal: los triunfos y los engaños, los tesoros y los fraudes; como es ley de vida que todos tenemos que morir.

Sed honestos, claman los artistas muertos desde el pasado más vivo. Nuestros cantos serán silenciados, pero ¿y qué importa? Seguid cantando. Quizá el nombre de uno no importe tanto.

Publicado en "NICKEL ODEON" nº 16. Otoño 1999